viernes, 3 de mayo de 2019

CATALINA DE MEDICI LA REINA HERMÉTICA DE FRANCIA EN LA ARQUITECTURA RENACENTISTA DE PARÍS



Although the Ruggieri brothers worked magic at the French court, their spell didn't solve all her problems.                The outbreak of the Wars of Religion in 1562, however, led her to an alliance with the Catholic party under François de Guise.Durante su regencia Catalina de Medici también ejecutó importantes obras en la arquitectura de París. No sólo continuó con las ya iniciadas por su suegro, Francisco I, en el palacio del Louvre sino que emprendió la realización de nuevos proyectos que habrían de dejar una gran impronta en el paisaje parisino. Podemos destacar aquí que el primer palacio renacentista que se construyó en Francia, conocido como las Tullerías, realizado al estilo de los que se edificaban en Florencia y otras ciudades italianas, es obra de Catalina, como lo serán otros edificios importantes de los que hablaremos.  

Las Tullerías, según ella misma afirma, está dedicado a las Musas. Esta escoge para dicho proyecto unos terrenos junto al Sena que permanecían abandonados y en los cuales antiguamente habían existido unos talleres de fabricación de tejas. De ahí que el palacio pasara a conocerse como el de las Tuileries, una palabra que deriva de tejas.

Para la construcción de tan magnífica obra Catalina cuenta nada menos que con el gran arquitecto francés Filiberto de l’Orme (1510-1570) seguidor en Florencia de las enseñanzas de Vitruvio por lo que estaba imbuido del ambiente cultural renacentista y del espíritu que emanaba del Hermetismo, la Cábala Cristiana y el Neoplatonismo, trasmitido por la corriente sapiencial de la escuela de Marsilio Ficino.

Y así lo reconoce dicho arquitecto en el siguiente fragmento de una de sus obras que consideramos importante destacar aquí, pues demuestra que era iniciado en los misterios de la Arquitectura del Cosmos. Es decir, que le había sido revelada la matemática y la geometría divina que se corresponden con la proporción y medida en todas las cosas, y que son ideas emanadas de la Justicia y la Belleza. Aunque teniendo en cuenta los tiempos inquisitoriales que se estaban viviendo en Francia, teme que este lenguaje simbólico se malinterprete, lo que es una muestra más, de primerísima mano, de lo suspicaz que estaba el ambiente en todos los órdenes. Tras presentar el libro del que hablamos escribe de l’Orme:

Confieso ante Dios no haber pretendido ni deseado en todo este discurso afectar u ofender a nadie en particular, cualquiera que sea (…) no digo esto sin motivo alguno, porque sé muy bien cuan maliciosos son los tiempos actuales y los oídos de tantos quisquillosos, así como los juicios corrompidos y depravados, de tal manera que convierten la dulce miel en la más amarga hiel. Los buenos y sabios sabrán interpretar muy bien y con sabiduría el todo y sacar buen provecho de él, mediante la gracia de Dios.
Es evidente que el arquitecto, vinculado como estaba a la tradición de Hermes, temía que aquellos beatos religiosos interpretaran malévolamente sus palabras y lo tomaran por nigromante, cuando él no hacia otra cosa que hablar con pasión de la perfecta figura geométrica que es la cruz y de cómo ésta, además de ser un símbolo tan honrado por los cristianos, es una estructura que está en la base de cualquier construcción arquitectónica dado que es ante todo un modelo del propio Cosmos. De l'Orme se sentía deudor con aquel saber que le había dado las pautas tan armoniosas aplicables a la Arquitectura. Dado su alto grado de conciencia no podía sino agradecer el haber adquirido ese punto de vista según el cual un símbolo bien comprendido puede ser esa “verdadera medida” de la que se habla en la Alquimia que cura de la ignorancia, y por ello dice:
“Es tan admirable que no puedo dejar de señalar lo que he aprendido de Marsilio Ficino y otros excelentes profesores de filosofía, que dicen que la figura de dos líneas rectas que se entrecortan por el medio en ángulos rectos representa el carácter de la cruz, tan honrada y querida por los antiguos. Incluso mucho tiempo antes del acontecimiento de J.C., los egipcios la tomaron como cosa muy santa, muy sagrada y milagrosa, y la habían grabado sobre el pecho del ídolo Serapis. (…) Después de haber creado por su palabra toda la máquina del universo con una forma redonda y esférica, él divide su circunferencia en cuatro partes iguales, mediante dos líneas rectas que se entrecortan en el centro y el medio, o si queréis, en el punto de la división de la tierra. Dichas partes están figuradas por la cruz y dividen todo el universo por sus extremidades en cuatro partes llamadas oriente, occidente, mediodía y septentrión(1)
Respecto al palacio de las Tullerías, que es el que nos ocupa ahora, fue Catalina quien dio las ordenes a Filiberto de l’Orme y Jean Bullant para que realizasen los planos del edificio y del jardín para cuyo diseño se siguió el modelo del palacio Pitti de Florencia, el cual se componía de glorietas, bosquecillos, parterres, con la ayuda del propio Carlos IX, todavía un joven, que ayudó en la decoración con dibujos que aún se conservan. De l’Orme dice refiriéndose a las Tullerías:
La reina madre fue el principal arquitecto y sólo me dejó la parte de la decoración.

A continuación anotamos lo que un corresponsal escribió dos siglos después de su construcción:

"Los primeros cimientos del palacio de las Tullerías se pusieron en el año 1564, de orden de la reina Catalina de Medici en un paraje muy olvidado en donde por algún motivo había habido unos tejares. Eligió para ejecutar su diseño a Filiberto de l’Orme y a Jean Bullant, ambos franceses y los arquitectos más acreditados de su tiempo. Se compuso del grueso torreón cuadrado del medio, de dos cuerpos de edificios, que cada uno tiene un terrado por la parte del jardín, y de otras dos torres pequeñas a los extremos. Estos cinco cuerpos que forman este espacio tenían regularidad y proporcionalidad. El grueso torreón de en medio, cubierto de una cúpula cuadrada, está adornado de tres órdenes de columnas de mar, a saber, jónicas, corintias, y de orden compuesto, con un ático más encima. Las columnas del primer orden están hechas y adornadas por diversas esculturas, trabajadas sobre el mármol".
Durante el proyecto y planificación del edificio, Catalina discutió con Filiberto los planos. Añade este mismo informador:
"Este palacio estaba dotado de un espléndido jardín al estilo florentino, es decir, un vergel adornado estatuas mitológicas, fuentes, pájaros exóticos, y majestuosos caminos bordeados por una gran cantidad de árboles ornamentales, cúpulas, macetas con flores y en algún lugar propicio un laberinto circular de más de una hectárea en medio del cual se puso una estatua de Venus. Es la imagen de la utópica isla Citera, la isla del Amor, y a cuyo recinto se accede por una de sus cinco entradas. Sin embargo, de esos cinco accesos, únicamente dos llegan al centro donde está la diosa. También se hizo un criadero de gusanos de seda, cuya técnica también llevó Catalina a Francia.  Entre los árboles del jardín un buen número de cipreses, imitando de ese modo el paisaje de la Toscana. Precisamente de 1594 son unas notas donde se dice que se plantaron "cipresinos"  y gran cantidad de moreras para la crianza de esos gusanos de seda".

Las Tullerías fue el último proyecto importante de Filiberto de l'Orme, quien murió cuando aún no estaba terminado. Tras el fallecimiento la reina entrega el proyecto al mencionado Jean Bullant para que lo acabara. Con los años el palacio no se conservó, pero en cambio sí ha permanecido el "Jardín de la Reina", como lo llamaron sus contemporáneos. Y lo cierto es que a pesar de haber experimentado muchas remodelaciones, en definitiva éste ha perdurado desde entonces como uno de los pulmones de París. Por ejemplo, en 1664 Luis XIV encargó su rediseño abriéndolo a la gente por lo que el jardín de Catalina de Medici se convirtió en el primer jardín público de la capital donde hoy en día hay enormes arboledas de arces, castaños de indias y olmos, al tiempo que se fueron incorporando estatuas y nuevos estanques. En 1644 un viajero, John Evelyn, describió una visita al museo del Louvre y las Tullerías del siguiente modo:
"El otro jardín más privado hacia el apartamento de la Reina es un paseo, o claustro, con arcos, cuya terraza está pavimentada con piedras de gran amplitud, mirando el río, y cuenta con un aviario maravilloso, fuente y cipreses majestuosos".
Para los que estudian los jardines las Tullerías es el modelo por excelencia y aunque ha tenido muchos rediseños, estos han acostumbrado a hacerse en consonancia con lo que ya había. La gran transformación que supone este jardín es que fue la primera vez que un jardín privado se convertía en público. Pero sigue siendo el jardín donde la Corte de Catalina, tenía su ciudadela ideal, escenario de sus representaciones teatrales y marco de sus juegos literarios. 

Hoy en día cualquiera puede descubrir o leer en sus formas geométricas y su estatuaria mitológica o su historia, un código simbólico capaz de transportarnos a espacios elevados de nuestra  propia conciencia, motivo principal del diseño de estos jardines del Hermetismo renacentista,  invocar a las mismas deidades, héroes y mitos que a poco que les prestemos atención los hallaremos prestos a desvelarnos su virtud y su ciencia. Mª Ángeles Díaz. "Catalina de Medici, la Reina Hermética de Francia".

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