martes, 7 de agosto de 2018

CARTA DE PENÉLOPE A ULISES. Serie "Heroidas de Ovidio. Mujeres del Ciclo Heroico". Estudio de Mª Ángeles Díaz


Penélope en un manuscrito medieval de las Heroidas de Ovidio

La imagen que del mito de Penélope nos hemos forjado procede de la poesía épica de Homero quien nos la describe como una fiel y leal esposa que durante los cuatro lustros que duró la ausencia de Ulises (Odiseo) por causa de la guerra de Troya se mantuvo firme a la espera del regreso del esposo, siendo capaz de mantener su matrimonio y su hacienda con gran astucia empleándose en el ardid de “tejer y destejer” una prenda para continuar eludiendo a sus pretendientes y a los que creyéndola ya viuda tenían sobre ella derecho de rescate, es decir derecho a reclamar las posesiones de un difunto por vía matrimonial, y a permanecer en la hacienda que reclamaban hasta recibir una respuesta de la viuda. Penélope, sin embargo, que nunca aceptó que Ulises estuviera muerto a pesar de los años de ausencia, consiguió mantener a sus pretendientes en permanente espera prometiendo que elegiría como marido a uno de ellos cuando terminara su labor en el telar, una labor que realizaba de día y deshacía de noche. Y es que Penélope nunca perdió la esperanza de que Ulises, su esposo, hijo de Laerte, rey de la isla de Ítaca y padre de su hijo Telémaco, estuviera vivo y que algún día regresaría de aquel viaje que emprendió con destino a Troya para participar en la tan famosa contienda con la que los griegos vengaron la afrenta hecha por Paris a Menelao, rey de Esparta micénica, robándole a su esposa Helena.

Homero nos muestra con este mito de Penélope, la que deshace de noche lo que construye de día, vestigios de la era matriarcal de nuestra civilización y de los ritos ctonicos de la Diosa Madre, Deméter, la que da la vida y la quita. Hace y deshace para mantener el equilibrio. En este sentido el símbolo de Penélope guarda relación con el mito de Ocnos, el soguero que trenza una soga afanosamente sin reparar en que su asna está, en el otro extremo, comiéndose su labor.

 Para Plutarco este símbolo indica la incapacidad que tienen algunos para entrelazar el presente con el pasado. Ortega y Gaset, quien llama a Penélope la “Tejedora conyugal” sintetiza brillantemente este mito en su ensayo titulado justamente “Oknos. El soguero[1]” donde escribe:

 “Lo que Oknos laborioso trenza, el asna lo va anulando. Representa este animal el poder destructor necesario al ritmo de la Gran Madre. Una creación lograda y perfecta detendría el proceso: es menester que colabore la potencia enemiga, la energía destructora. El trozo de soga que hay entre las manos del soguero y el belfo de la bestia es breve jornada de la existencia que se abre entre el poder de hacer y el de deshacer, ambos eviternos. (…) La esposa de Ulises desteje cada noche lo tejido durante el día para que la tarea sea perdurable. Penélope es una última modulación del mito ctónico: también ella estaba quieta e hilando”

El mito de Penélope nos muestra la pervivencia de la cultura matriarcal, cultura hembra, lunar, telúrica con dioses subterráneos, que va al encuentro de un ciclo nuevo, solar y luminoso representado por dioses como Apolo o Zeus. Lo que salva esta tejedora conyugal con su fidelidad, simboliza el abrazo amoroso entre dos culturas opuestas, una femenina, cuyo ciclo se extinguía, y otra masculina que nacía fulgurante con todos los dioses solares.  

La narración con la que Homero viste este mito da cuenta que una vez conseguida la victoria y arrasada Troya no todos los supervivientes regresaron a sus patrias, sino que algunos perecieron en el camino al hundirse sus naves o ser atrapados en corrientes tenebrosas. Otros, caso de Ulises, extraviaron el rumbo de vuelta a Ítaca permaneciendo durante diez años perdido en desconocidas islas y procelosas aguas.

Son varias las mujeres del relato de la Ilíada y la Odisea que detestaban a Helena y Paris, es el caso de Penélope, pues por causa de la infidelidad de ambos ellas sufren la ausencia de sus compañeros teniendo que dejar por años su vida en suspenso.

Penélope, prima de Helena de Troya, era hija de una ninfa náyade y del rey Ícaro, de Esparta micénica, una “mujer irreprochable”, nos dice Homero, que durante esa larga ausencia perseveró con firmeza y lealtad matrimonial esperando que Ulises al fin volviera o que alguien le diera cuentas de él. Por eso iba todos los días al encuentro de los barcos que llegaban a sus costas para preguntar a los tripulantes si alguien podía darle alguna noticia de Ulises. Así supo de sus valerosas hazañas y también pudo comprobar que nadie lo había visto muerto lo cual aumentaba su esperanza. De ahí que cada vez que una nave zarpaba, ella entregaba a la tripulación una carta para Ulises, solicitando que si en algún momento alguien lo encontraba ésta le fuera entregada. Una de esas misivas es la que nos ofrece Ovidio y que a continuación nosotros extractamos. En ella Penélope cuenta, desde su propia perspectiva, lo que para ella supuso la guerra de Troya lamentándose de que Paris no hubiese muerto antes de provocar tantas desgracias. Y es evidente que

Concluyendo el mito y la leyenda tradicional no necesitan de invenciones argumentales sino que, tal y como demuestra Ovidio con su obra original, lo que al rapsoda corresponde hacer es vivificar y actualizar su mensaje para que su enseñanza arquetípica siga llegando al corazón de sus contemporáneos. 

Eso pretendía Ovidio al poner esta carta a Ulises en el cálamo de su esposa Penélope que en sus principales párrafos dice así:



[1] Artículo publicado originalmente en la Revista de Occidente







Esta carta, Ulises, la envía Penélope a tu tardanza. No me contestes; sino mejor, ven en persona. (…)
Yace en ruinas Troya, aborrecida, con razón de las mujeres dánaas  (…)[1] ¡Ay! Ojalá entonces, cuando navegaba a Lacedemonia, se hubieran tragado las enfurecidas aguas al adúltero[2] . No hubiese dormido yo sin tu calor en un lecho vacío (…)
¿Cuándo no he temido yo peligros más graves que los reales? Cosa henchida de angustiado recelo es el amor. Contra ti me imaginaba que se disponían a enfrentarse temibles troyanos. Con sólo nombrar a Héctor[3]  me ponía lívida (…)
Cualquiera que gira en estas riberas su viajera popa, no se marcha sin haberle preguntado yo muchas cosas de ti; y para que te la entregue, si alguna vez te viere, le confío una carta escrita por mi mano. (…) ¿Qué tierras habitas, en dónde prolongas tu ausencia? (…)
Mi padre Icario me obliga a abandonar la viudez de mi lecho y censura sin cesar tu infinita tardanza. ¡Que censure mientras pueda! Tuya soy: que tuya me llamen todos es menester, Penélope, esposa siempre de Ulises seré. (…)
Y yo no tengo fuerzas para arrojar a los enemigos de mi casa . Ven pronto tú, puerto y altar para los tuyos! Tú tienes, y que lo sigas teniendo pido, un hijo , que en sus tiernos años debía ser educado en las artes de su padre. (…)
Y es cierto que yo, que al marcharte tú era una muchacha, por pronto que vuelvas, pareceré una anciana
. [Epístola I.  Síntesis].




VÍDEO HEROIDA 1
Reencuentro de Penélope y Ulises después de permanecer dos lustros perdido cuando, tras su participación en la guerra de Troya, regresaba a Itaca, su casa.


Mª Ángeles Díaz. Heroidas de Ovidio. Mujeres del Ciclo Heroico.



Notas:
[1] Dánaos es uno de los nombres utilizados en la Odisea y en la Ilíada para identificar a los griegos. Otro término es aqueos.
[2] Paris. 
[3] Héctor era hermano de Paris y conocido como el “domador de caballos”. Se trata de uno de los principales personajes del poema homérico de la Ilíada. Fue el comandante que dirigió la defensa de la ciudad troyana frente a los aqueos, en aquella guerra en la que no estuvo de acuerdo, pues pretendía que fuera únicamente Paris quien se enfrentara a Menelao. Héctor finalmente murió a manos de Aquiles.


jueves, 2 de agosto de 2018

¿Por qué el amor es ciego?


Muchos de los que fueron arrebatados por la visión de la Belleza espiritual, belleza que a decir de Platón es el reflejo de lo verdadero, quedaron cegados en sus ojos corporales. 

Para Orfeo y sus Misterios, el Amor no tiene ojos porque está por encima de cualquier causa corporal.

Y según Proclo uno debe darse a la luz divina cerrando los ojos del alma.



Fuente de la imagen: Piero della Francesca, Cupido Ciego. Basílica de San Francesco, Arezzo (1452-1466)