Otra magnífica obra del Arte Etrusco, la civilización que
tanto fascinó a los hermetistas del Renacimiento, siendo ellos los primeros en
rescatar las piezas que hoy podemos admirar en distintos museos, comenzando por
el Arqueológico de Florencia, donde se encuentra la colección completa de Cosme
de Medici. De hecho, fueron estos inspirados intelectuales y poetas del entorno
de la Academia Platónica de Marsilio Ficino quienes iniciaron la
Arqueología
como ciencia al prestar atención a lo que hasta ese momento se tenía como
viejas ruinas que se expoliaban, sin ningún miramiento, como material para nuevas construcciones.
Algunos documentos y cartas contenidas en el
magnífico archivo de Isabel d’Este, cuentan cómo estos hermetistas tenían que
ingeniárselas para rescatar estas "ruinas", especialmente las estatuas de los
templos, pues enseguida eran acusados de paganismo y muchas veces tenían que
ver piezas magníficamente talladas que eran utilizadas como recipientes para
dar de comer a los animales o cosas por el estilo. Entre estos primeros
arqueólogos también se encontraban los pintores y dibujantes que recogieron en
sus lienzos monumentos o restos de los que solo de ese modo tenemos constancia.
Estos arqueólogos buscaban los restos de antiguos templos
siguiendo los datos ofrecidos por los textos clásicos, Homero, Hesíodo,
Herodoto, y de ese modo crearon también los primeros mapas. Hablamos de
Bartolommeo dalli Sonetti o de Cristóforo Buondelmonte, buscadores también de
manuscritos, ya que estos hombres no tenían de la Arqueología una idea de
indagar en lo viejo y caduco, sino en aquello que es perenne, arquetípico y
universal.
Volviendo a Etruria decir que gracias a estos amigos
renacentistas tuvimos conocimiento de que se trató de una civilización que
convivió con la romana y que habitó sobre todo la región de la Toscana y la
Umbría (siglo IX a.C.). Aunque de esta cultura casi no se sabe nada pues unos
cuentan que eran autóctonos de esas tierras y otros en cambio creen que
llegaron de Oriente. Dionisio de Halicarnaso, por ejemplo, asegura que esta
civilización no se pareció a ninguna otra, ni en la lengua, ni en la forma de
vivir.
Hesíodo y Herodoto también se refieren a ellos y los llama los
tyrrhenoi (del mar Tirreno, que baña
la costa de la Toscana), nombre con el que denominaban los griegos a este
pueblo misterioso, que fue asimismo una potencia marítima, una talasocracia,
hasta el punto que se consideraban hijos de reyes y patriarcas legendarios, y
descendientes directos de Ulises y Circe, la maga conocedora de los secretos de
las plantas, esto es, de la ciencia de los venenos y remedios. Efectivamente, tal como lo relata Esquilo, los etruscos elaboraban
medicinas y practicaban lo que se denominó la “etrusca disciplina”, es decir,
la aruspicina o ciencia de la adivinación. Un arte que era prerrogativa de la
casta sacerdotal, arte al que nos referimos en anteriores post cuando hablamos de la conocida
pieza denominada “Hígado de Piacenza”, con la que los etruscos adivinaban el
porvenir, y curaban ciertas enfermedades. Ma. Ángeles Díaz
La Civilización Etrusca y el Hígado de Piacenza, en este blog
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