El Zen también se trasmite a través del cultivo de las
artes. La pintura, la caligrafía, la poesía, la música, la danza, el tiro con
arco, la esgrima, los arreglos florales o la ceremonia del té constituyen
disciplinas de apoyo a la meditación, con las que el alumno ejercita su cuerpo,
su psiqué y su espíritu; son, por tanto, actividades ligadas a la propia
realización interior del que las practica, dado que estas artes derivan o
tienen su origen en la esencia misma del Zen. "La realización original es
una práctica maravillosa", afirma un dicho Zen, mediante la cual se
experimenta una evolución hacia el punto de vista universal.
La pintura Zen es una síntesis entre la caligrafía, la
música y la poesía. En ella se contrapone por un lado la delicadeza de los
trazos y la fragilidad de los materiales (papel de arroz, seda, tinta), y por
otro, la firmeza y el buen pulso que debe poseer (o desarrollar) el que lo
ejecuta.
Es la impronta, como el fulgor del rayo, lo que debe reflejar el
trazo. Esta técnica le da a la pintura la apariencia de obra inacabada, o mejor
dicho, no retocada, pues no es el perfeccionismo de la obra lo que la convierte
en imagen de la Belleza de las cosas: su verdad, siendo ese trazo inacabado el
símbolo con que se sugiere la idea de infinito. Por analogía, siempre seremos
más ese trazo que surge espontáneo y natural que cualquier imagen acuñada que
tengamos de nosotros, como ser
fulanito de tal, residente en tal lugar, con
ideas políticas éstas o aquellas, empresario triunfador o fracasado social.
Todo eso son imágenes que no manifiestan nuestra naturaleza, sino una serie de
anécdotas que nos hacen aparecer como el producto de un tiempo y unas
circunstancias determinadas, pero que en definitiva no son más que
contingencias de nuestro ser, es decir, un equívoco que condiciona nuestra
verdadera naturaleza búdica.
Cuando se llega a aprehender el sentido de la pintura Zen,
el trazo es decidido y sin titubeos, reflejándose en él la tranquilidad de
quien está acometiendo una acción guiada por un instinto superior al del simple
virtuosismo, pues se trata de sentirse partícipe de un gesto primigenio que se
perpetúa en la intención del trazo. Es decir: unidos a la idea que lo contiene,
que es anterior a la manifestación de ese gesto.
Ese trazo inacabado o abierto, es un indicativo de las
múltiples posibilidades de desarrollo contenidas potencialmente en un único
gesto, como símbolo del Trazo Primigenio y por consiguiente un símbolo de la
verdad incognoscible, Principio que está más allá de la propia creación. Ese
trazo abierto es una sugerencia sutil, pero nítida, que nos pone en condiciones
anímicas e intelectuales de advertir que más allá de todas nuestras
percepciones, el misterio se abre ante nosotros como una clara realidad.
"La mayor perfección -dice Lao Tse- debe parecer imperfecta, entonces será
infinita en su efecto; la mayor abundancia debe parecer vacía, entonces será
inagotable en su efecto".
A través de la pintura y la caligrafía, se descubre el Zen.
El practicante debe integrarse completamente en la obra, como si ésta
constituyera una fase de su propia respiración. En el flujo que une la idea o
inspiración artística con la propia obra, se halla el hombre como intermediario
creador o intérprete, lo cual da a cualquier creación el sentido verdadero de
arte.
En el arte, tomado como vehículo de Conocimiento del Ser, o
del Zen, no tiene cabida el artificio estético, ni ninguna otra clase de
falseamiento de la obra ya que ésta es, ante todo, el resultado de la
comprensión de las enseñanzas adquiridas por el artista y por consiguiente
nunca un objeto separado de él, pues ambos (objeto y sujeto, u obra y artista)
forman parte de la misma revelación. Esa es la experiencia vital Zen que no
necesita, ni seguramente le convienen, mayores explicaciones.
La Cosmogonía es la obra artística por excelencia, su
pálpito, que es la vida, está en todo lo que existe y no tiene fin. Toda esa
maquinaria celeste y terrestre está al descubierto y al mismo tiempo hoy nos
está velado reconocerla. Se dice que antes de estudiar el punto de vista Zen
uno ve las montañas como montañas y las aguas como aguas. Una vez se ha
alcanzado mayor conocimiento, se comprueba que ni las montañas son montañas ni
las aguas, aguas. Y cuando se llega a la substancia y se siente la sorpresa que
es la vida, entonces vuelve a ver las montañas como montañas y las aguas como
aguas.
La pintura Zen, efímera y simplista (a veces se pinta
también sobre hojas de árbol) es al mismo tiempo muy enérgica en los trazos, lo
que le da vida y movimiento, consiguiendo reflejar con la misma intensidad
tanto el movimiento (yang) como la más reposada quietud (yin), dado que lo que
verdaderamente capta el artista Zen no son las formas, sino la vida que fluye
en ellas. Estas dos energías, implícitas en todo, se hallan representadas de
manera análoga en la simbología de otras tradiciones, lo que indica que en otro
tiempo esto era completamente evidente para todos los hombres. Paradójicamente,
hoy, no habiendo cambiado nada de esa realidad, los hombres no somos capaces de
advertirlo y son necesarios métodos y disciplinas que nos ayuden a recuperar de
nuevo esa perspectiva del mundo. Se dice que "la iluminación (la Verdad)
existe, y si nada le sugerimos quizá se nos revele como muy
diferente".
En una de sus pinturas, en la que se ve un mono colgado de
la rama de un árbol que cae sobre un estanque donde se ve reflejada la luna, el
maestro Hakuin, escribió los siguientes versos:
"El mono trata de alcanzar la luna reflejada en el
agua.
No se dará por vencido hasta que la muerte le derrote.
Si fuera capaz de soltar la rama y hundirse en el estanque,
El mundo entero brillaría con claridad deslumbrante".
También se pintan historias donde se captan situaciones
vividas por antiguos maestros y que constituyen enseñanzas expresadas en forma
de leyenda en imágenes, y algunas suelen ir acompañadas de poemas. En una de
estas pinturas se ve a un monje calentándose en una fogata alimentada con la
madera de una estatua de Buda. Sobre esta pintura se cuenta la siguiente
leyenda: "Tan Hsia, un monje vagabundo, llegó a un templo abandonado una
noche muy fría de invierno. Soplaba el viento y caía la nieve, Tan Hsia decidió
que el mejor servicio que podría prestar a Buda era darle calor, y quemó un
Buda de madera que había en el Templo para calentarse". (Segunda parte: IKEBANA . Mª Ángeles Díaz)
Pimera Publicación en la revista Symbolos
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