martes, 26 de julio de 2016

IKEBANA O ARTE DEL ARREGLO FLORAL (Notas sobre el Zen)


El arreglo floral, Ikebana (que se traduce como "el arte de conservar vivas las plantas en recipientes con agua") es un ejercicio de meditación que se efectúa a través de armonizar las flores según la naturaleza que ellas poseen. Se caracteriza por el total respeto a la forma natural y la belleza de las flores, las cuales una vez abiertas son el símbolo del desarrollo de toda la manifestación pues, como se dice en el Programa Agartha "nada hay que exprese mejor el despliegue de la vida universal que una planta en su pleno desarrollo".

Ikebana es una disciplina cosmogónica que sitúa a quien la practica de intermediario entre el Cielo y la Tierra, en cuanto creador del ramo, y en condiciones de poder desvelar los secretos de la estructura universal al participar, como mediador, en una obra que excede su individualidad, por cuanto está claro que su composición artística es una colaboración a una obra de arte que en sí misma, nadie podría superar en majestad y belleza. 

El arte Ikebana en tanto que actividad ritual proporciona los elementos adecuados para conjugar un sinfín de relaciones simbólicas que finalmente se concretizan o resuelven en el ramo. Este ejercicio artístico es un vehículo sagrado, es decir un intermediario (como lo es el Tarot, o el I Ching, por ejemplo) a través del cual el artista establece una serie de analogías y correspondencias simbólicas que le permiten descubrir el juego de relaciones que conforman la estructura de las cosas concretas y sutiles.

Las imágenes simbólicas que sugiere esta práctica, pueden llegar a ser innumerables. Basta con intentar penetrar en la esencia de cada flor. Esta, siendo parte del ramo, es también el árbol entero y por supuesto la semilla que lo contenía, así como la tierra que la arropó, el viento que la modeló, el sol que la vivificó, la luna que le dio su energía, la lluvia que la alimentó... Cualquier flor es fruto de la interrelación de la vida, del Ser. El Universo entero está contenido en cada flor. Esa es la realidad mágica de las cosas, pues permanece "invisible" y eternamente expresándose.



Entre las múltiples posibilidades de forma que pueden existir en la composición de un ramo, el arte Ikebana realiza sólo una, pero que al mismo tiempo las contiene a todas, ya que la composición floral imita un modelo arquetípico, idéntico al que muestran otras tradiciones, y observable en las leyes naturales, y por lo tanto también en el interior de cada hombre. "El Cielo es su padre, la Tierra su madre" dice la Tabla de Esmeralda hermética. En el Ikebana todo arreglo floral, tiene tres niveles de altura. Una rama más alta simbolizando el cielo, una baja, símbolo de la tierra y una intermedia que simboliza al hombre, único ser de la tierra capaz de conjugar ambas energías, y es por tanto la síntesis (el hijo) entre estos dos principios que se complementan en él mismo. Reproducir manualmente esta tríada, a través de cualquier modalidad de arte o artesanía es verdaderamente un rito de participación, por comprensión, en el gran Rito, origen de la creación. 


El Zen está en el ramo, como está en el árbol, en sus ramas o en sus hojas, pero si el árbol no existiera, el Zen seguiría existiendo. De esta comprensión nace el arte de "reunir lo disperso", cosa que en el Ikebana se hace dentro de los límites simbólicos que establece el propio ornamento floral, al que aquí toma como modelo.

Consiste en interpretar los signos que a cada cual van proporcionando las plantas, tales como su inclinación espacial, su tamaño, su color, su textura, su perfume, todas son señales simbólicas que le transmiten al artista unas sensaciones determinadas, es decir, que influyen (fluyen) en su propia naturaleza y por eso mismo se coloca en condiciones de verse tal cual, formando parte de esa misma unidad simbolizada por la composición floral que es como decir que advierte su integración total en la Gran Obra de la creación, donde todas las ramas están incluidas y ocupan el lugar y sitio que les corresponde, su espacio propio. "A ninguna de las ramas que uno encuentra se la rechaza por fea. Siempre se la puede incluir. Es cuestión de aprender a ver qué lugar ocupan en la situación: ese es el punto clave. Por eso, jamás rechazamos nada; esa es la forma de establecer una conexión con los dralas (la magia) de la realidad". (Notas Sobre el Zen. Mª Ángeles Díaz)





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