IKEBANA O ARTE DEL ARREGLO FLORAL (Notas sobre el Zen)
El arreglo floral, Ikebana (que se traduce como "el
arte de conservar vivas las plantas en recipientes con agua") es un
ejercicio de meditación que se efectúa a través de armonizar las
flores según la naturaleza que ellas poseen. Se caracteriza por el total
respeto a la forma natural y la belleza de las flores, las cuales una vez abiertas son el
símbolo del desarrollo de toda la manifestación pues, como se dice en el
Programa Agartha "nada hay que exprese mejor el despliegue de la vida
universal que una planta en su pleno desarrollo".
Ikebana es una disciplina cosmogónica que sitúa a quien la
practica de intermediario entre el Cielo y la Tierra, en cuanto creador del
ramo, y en condiciones de poder desvelar los secretos de la estructura
universal al participar, como mediador, en una obra que excede su
individualidad, por cuanto está claro que su composición artística es una
colaboración a una obra de arte que en sí misma, nadie podría superar en
majestad y belleza.
El arte Ikebana en tanto que actividad ritual proporciona los
elementos adecuados para conjugar un sinfín de relaciones simbólicas que
finalmente se concretizan o resuelven en el ramo. Este ejercicio artístico es
un vehículo sagrado, es decir un intermediario (como lo es el Tarot, o el I Ching,
por ejemplo) a través del cual el artista establece una serie de analogías y
correspondencias simbólicas que le permiten descubrir el juego de relaciones
que conforman la estructura de las cosas concretas y sutiles.
Las imágenes simbólicas que sugiere esta práctica, pueden
llegar a ser innumerables. Basta con intentar penetrar en la esencia de cada
flor. Esta, siendo parte del ramo, es también el árbol entero y por supuesto la
semilla que lo contenía, así como la tierra que la arropó, el viento que la modeló, el
sol que la vivificó, la luna que le dio su energía, la lluvia que la alimentó... Cualquier flor es fruto de la interrelación de la vida, del Ser. El Universo
entero está contenido en cada flor. Esa es la
realidad mágica de las cosas, pues permanece "invisible" y
eternamente expresándose.
Entre las múltiples posibilidades de forma que pueden
existir en la composición de un ramo, el arte Ikebana realiza sólo una, pero
que al mismo tiempo las contiene a todas, ya que la composición floral imita un
modelo arquetípico, idéntico al que muestran otras tradiciones, y observable en
las leyes naturales, y por lo tanto también en el interior de cada hombre.
"El Cielo es su padre, la Tierra su madre" dice la Tabla de Esmeralda
hermética. En el Ikebana todo arreglo floral, tiene tres niveles de altura. Una
rama más alta simbolizando el cielo, una baja, símbolo de la tierra y una
intermedia que simboliza al hombre, único ser de la tierra capaz de conjugar
ambas energías, y es por tanto la síntesis (el hijo) entre estos dos principios
que se complementan en él mismo. Reproducir manualmente esta tríada, a través
de cualquier modalidad de arte o artesanía es verdaderamente un rito de
participación, por comprensión, en el gran Rito, origen de la creación.
El Zen está en el ramo, como está en el árbol, en sus ramas
o en sus hojas, pero si el árbol no existiera, el Zen seguiría existiendo. De
esta comprensión nace el arte de "reunir lo disperso", cosa que en el
Ikebana se hace dentro de los límites simbólicos que establece el propio
ornamento floral, al que aquí toma como modelo.
Consiste en interpretar los signos
que a cada cual van proporcionando las plantas, tales como su inclinación
espacial, su tamaño, su color, su textura, su perfume, todas son señales
simbólicas que le transmiten al artista unas sensaciones determinadas, es
decir, que influyen (fluyen) en su propia naturaleza y por eso mismo se coloca
en condiciones de verse tal cual, formando parte de esa misma unidad
simbolizada por la composición floral que es como decir que advierte su
integración total en la Gran Obra de la creación, donde todas las ramas están
incluidas y ocupan el lugar y sitio que les corresponde, su espacio propio.
"A ninguna de las ramas que uno encuentra se la rechaza por fea. Siempre
se la puede incluir. Es cuestión de aprender a ver qué lugar ocupan en la
situación: ese es el punto clave. Por eso, jamás rechazamos nada; esa es la
forma de establecer una conexión con los dralas (la magia) de la
realidad". (Notas Sobre el Zen. Mª Ángeles Díaz)
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